El hombre lobo

Javier Tomeo

A fuerza de aullar durante años su soledad, Tomasito T. acabó convirtiéndose en lobo. Una noche de plenilunio se acostó siendo todavía hombre y al día siguiente, al contemplarse en el espejo del baño, se descubrió con un hocico largo y pronunciado, las orejas enhiestas y triangulares y una mirada brillante y codiciosa. Sus ojos continuaban siendo los mismos de siempre, pero se habían separado de la base de la nariz y parecían un poco más oblicuos. Por debajo del pijama a rayas asomaba una larga pelambrera pardo-rojiza.
-Soy un lobo -se dijo.
Lo primero que pensó fue que, en aquellas circunstancias, no valía la pena que continuase limpiándose los dientes. Tampoco era necesario que siguiese peinándose con la raya en medio, tal como había venido haciendo durante toda su vida. Comprobó también que, a pesar de su metamorfosis, continuaba amando al prójimo y que no le guardaba ningún rencor por todo lo que le habían hecho hasta entonces. No se atrevió, sin embargo, a salir a la calle y a las once de la mañana llamó al vecino del quinto primera para pedirle consejo.
-No se si usted se lo va a poder creer -le explicó-, pero esta mañana me he despertado convertido en un lobo.
-Tómese una aspira -le dijo el vecino, que le conocía bastante bien-. Eso es que ayer noche le sentó mal alguna cosa. ¿Recuerda qué cenó?
-Nada especial -respondió Tomasito-. Una sopa de guisantes y una tortilla francesa con muy poca sal. no creo que fuese eso. Yo pienso que tuvo algo que ver la luna. Ayer noche hubo luna llena.
-A lo mejor -susurró el vecino, al otro lado del teléfono-. He oído decir algunas cosas al respecto.

Aquel vecino era también un hombre muy curioso, se llamaba Nicanor H., vivía solo y se pasaba las noches escuchando mazurcas y valses de Chopin hasta que los vecinos que vivían al otro lado golpeaban la pared medianera con los puños. Ni él ni Tomasito tenían nada en común con los demás inquilinos, como no fuese el hecho de vivir en el mismo edificio.
-¿Qué haría usted en mi caso? -le preguntó el hombre lobo-.¿Iría usted a la Seguridad Social? ¿Le parece que en estas condiciones puedo salir a la calle?
-Si yo estuviese en su puesto, me sentiría muy orgulloso -le dijo Nicanor-. ¿Cree usted que el prójimo se merece algo mejor que un hombre lobo? ¿No recuerda ya cuántas veces le negaron el pan y la sal? ¿Ha olvidado cómo le tomaban el pelo?
-A pesar de todo continúo queriéndoles -suspiró Tomasito-. No lo puedo remediar.
-No podrá luchar contra su nueva condición -le advirtió el vecino-. Estoy seguro de que en cuanto se cruce con alguien por la escalera, le saltará al cuello. Es mejor que esta noche, mientras todo el mundo esté durmiendo, emigre al bosque y se esconda en algún agujero. Ni siquiera yo, en sus actuales condiciones, me atrevo a verle.

Tomasito colgó el teléfono invadido por una profunda tristeza, Luego se asomó al balcón de su casa y aulló largamente, pero los vecinos no le hicieron caso. Pensaron que era otra de sus excentricidades y se limitaron a lamentarlo con solemnes movimientos de cabeza.

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