El retratista de almas

Diana Casali

Aquella señora regordeta no tenía alma. Lo aseguraba convencida porque en las fotos siempre salía con los ojos en blanco y la tez verdosa. Visitó numerosos médicos, expertos y videntes hasta que uno le sugirió que fuera a ver a Sindán, el retratista de almas.

La señora se llamaba Casimira y desconfiaba de todo. También era muy curiosa y no pudo resistirse. Acudió puntual a la cita con Sindán un martes a las doce y cuarto del medio día.

Sentada frente a él tuvo la necesidad de rellenarse y le pidió un vaso de agua. Las cuatro paredes de la consulta estaban enmoquetadas de color verde laurel. Los muebles eran de madera oscura y una bola del mundo decoraba la mesa.

Sindán le tendió el vaso, la miró fijamente y le dijo muy bajito: “cuando se haya bebido el agua puede marcharse, el retrato ya está dentro de sí misma”. Sacó una manguera de debajo de la mesa y se puso a regar las paredes. Enseguida empezó a llover sobre la bola del mundo.

Casimira se arrastró deshinchada hacia su casa. Aunque llevara el pelo mojado, Sindán no le había aclarado nada. Se metió en el fotomatón de la esquina a probar suerte. Tenía cambios, una pinza y mucho tiempo libre en los bolsillos azules de su bata. Después del aire caliente se agachó de caderas a recoger la lengua de imágenes. Creyó ver mal y de tan cerca casi le chupa el entrecejo. Por más que abría y cerraba los ojos ahí estaba: una gran calabaza sin pepitas estampada contra el suelo.

Un pensamiento en “El retratista de almas

  1. Mónica dice:

    Hola! Supongo que ya lo conocéis, pero leyendo lo que escribís y los textos que compartís, creo que hay un autor que podría gustaros, si no lo habéis leído, o si habéis leído las novelas: William Faulkner. Sus cuentos son magníficos.
    Saludos cordiales

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